Consecuencia

Nos revolvía el pelo con cara de contento cada vez que entraba en casa después del trabajo. Aquel día repitió el gesto de siempre, pero su mirada era distinta. Ni siquiera me escuchó cuando traté de enseñarle el dibujo que había hecho en el cole. Entró en la habitación y cerró la puerta tras de sí, dejándome con el papel en una mano y mi hermana pequeña enganchada en la otra. Escuché un sollozo profundo; mi padre lloraba como un niño. Al día siguiente no fue a trabajar, ni al otro ni al siguiente, así durante muchas semanas. No volvió a revolvernos el pelo en ese tiempo.


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